Monday, October 22, 2007

Uno de día de muertos

La noche está espléndida, el clima no es ni muy cálido, ni muy húmedo, una noche de esas en que Lula está hermosa y resplandeciente; pero... es Marzo y eso puede ser muy engañoso, no hay aire. Todo está igualito que el día del temblor del año pasado por estas fechas, ese que dañó casi todos los edificios de la ciudad. ¿No será que esta "modernidad" no le está gustando a la naturaleza? ¡La campana! ¡seguro son lo niños!

Corro a la puerta para ver si son los chamacos, abro, no veo a nadie, así que me asomo para ver, seguro me están gastando una broma, los conozco... pero no los veo, oigo un ruido ¿qué será?

-¡En la torre, el café se está tirando! - corro hacia la cocina para apagarlo.

-Chi... ¡ya nada es igual sin mi viejita acá! -


Mi madre había muerto hacía ya dos meses, pero ni las vecinas, ni el luto y mucho menos las hijas de las vecinas, que quieren consolarme a ver si me ganan, me dejan olvidarla. A veces me encantaría sacar de la casa a todas y quedarme en lo del rezo yo solito.

-Que urracas más molestas - se dibuja una sonrisa en mi rostro -¿urracas? ¡buitres! si nomás quieren ver si se quedan con la hacienda. Ay mamacita que falta haces acá, tú si sabías como espantarme a todas las moscas esas-. Ya ni pa'qué limpio ahorita, mejor dejo que Juana lo haga mañana temprano. - Vuelvo a escuchar la puerta, pero ahora me dirijo a ella con toda calma, para que los condenados hijos de Adela aprendan a llegar temprano. Pero como quiero a los condenados chamacos, -ellos sí que me entienden y me hacen buena compañía - pienso complacido, mientras abro el saguan...


Otra vez no hay nadie, los arboles no alcanzan a pegarle al bendito saguan, -¿qué está pasando aquí? - me pregunto mientras siento como se me enchina todito el cuero.

-¡Doctor, doctorsito! -

Una voz retruena desde la oscuridad y hace que sienta que la Virgen me habla.
-Pero qui... qui... ¿quién carambas anda? -

-Soy José Guadalupe Flores Doctor, hijo de la viuda Flores, la que vive a la vuelta de catedral.
-¿Flores? - pregunto con total extrañeza, -pero si nadie vive ahí mijo, la casa está abandonada. -

-No Doctor, cómo cree, sí ahí vivimos desde hace ya un chorro de tiempo, es la casa de mi padre, que Dios lo tenga en su gracia. -

-Mira nomás, pues si ya decía yo que las urracas nomás inventaban, según ellas ahí hubo un crimen de pasión y ya no vivía nadie. Pero eso me saco por creerles a las chimiscoleras esas. ¿Qué pasó mijo? ¿por que tanta urgencia?

-¡Ay Doctor! - dijo casi gritando y siempre cuidando de poner el acento adecuado que el título de Doctor merecía.
Ya pasado mi susto, podía escuchar su preocupación, ajetreo y algo que no entendía bien en su tono de voz. -A ver muchacho, tranquilito, dime qué te pasa. -

-¡Es mi madre, se puso re mal hace un ratito! - gritaba muy agitado

-A ver José, vente, voy por mi maletín y me vas contando que pasó, pero estate tranquilito pa que te entienda. - me encaminé hacía mi despacho para agarrar lo necesario y poder acompañar al muchacho. Metí el estetoscopio, bueno los 2 estetoscopios, mi madre en paz descanse, siempre me decía que llevara dos de todo, no fuera a ser que algo se descompusiera o se me perdiera. Estetoscopios, jeringas, calmantes, antibióticos, reloj... no, a ver, no había 2 relojes. Trataba de encontrar el otro reloj, pero el muchacho sonaba cada vez más desesperado, así que decidí irme nomás con uno, de todas formas traía el bueno, el de oro, el que nunca fallaba.

-¿Listo Doctor?.

-Vámonos José, ya bajo, córrele al establo y ensíllame un caballo que ya bajo. -

-No se preocupe Doctor, me traje el coche de mi madre. -

-¿Coche? ta bueno mijo, si no te importa hacerle de mi cochero, vámonos pues. - Seguía preocupado por mi reloj.


De pronto la noche había cambiado bastante, ya hacía frío y sonaba que iba a llover, además, ya olía a tierra mojada cuando pasamos por el campo santo.

-Este va como alma que lleva el diablo dentro, seguro está remal la mamá - pensé en voz alta y muy preocupado. Algo que no disfrutaba de ser doctor era que con frecuencia la gente me creía santo, no entendían la medicina como ciencia y más aquí tan lejos de la capital.


El carro se detuvo de súbito, me bajé y miré para mi izquierda, para ver a José en el asiento del cochero... no está.


-Acá estoy Doctorsito, córrale - dijo gritando desde un saguán enorme de madera que en el día siempre me había parecido viejo y descuidado, pero que ahora se veía nomás medio sucio.

Me acerqué corriendo y olvidando lo rápido y silencioso que José había sido al bajarse del carro y correr a la puerta.


-Pásele por aquí Doctor - escuché decir a una voz hueca que parecía salir de una oscura esquina de la casa.

Al ver como la figura se acercaba a la luz de las casi extintas velas de un candelabro, me llené de un miedo incomprensible, tal que hasta la respiración contuve por más de diez o quince segundos. El hombre que extendía el brazo para tomar mi abrigo era un tipo alto, delgado, con los ojos desorbitados y bajo ellos bolsas que semejaban vejigas inflamadas.


-Deme su saco Doctor - de nuevo el énfasis en mi título.

-Venga Doctorsito - musito José, como si el hombre le impusiera respeto o más bien miedo.

-A ver José, dime que le pasó a tu madre. -

-Pues verá Doctor, mi madre estaba muy bien y hoy en la mañana, subí a las macetas de su balcón para alcanzar un trapo que se le había atorado a Laura Marquez, una de la muchachas que trabaja en la casa. - El nombre me sonó familiar y lo detuve para preguntar: -¿Laura Marquez, cómo la señora que vende los molotes en la esquina de 16 de septiembre? no sabía que Doña Laura tuviera hijas.
-Pues ha de ser, por que así se llama Doctor. El chiste es que me trepé y cuando mi madre se acerco, me espantó y me fui de hocico, la pobre me quiso agarrar pos la espalda pero no pudo, por que mire que mi madre aún es fuerte. - me decía José mientras me guiaba al cuarto de su madre.


Entonces me dí cuenta de que José cojeaba con un visible dolor mientras se movía, así que inquirí de nuevo: -¿José te duele la pierna? ¿no debería revisarte a ti también? -

-Ni se preocupe por mi Doctor, yo ya estoy bien, pero quien importa es mi madre. - aseveró mientras habría una enorme puerta, como de cinco metros de altura en un segundo piso, una puerta grande y de pura caoba al parecer.


Al entrar en la recámara, me pareció sentir un olor, mezcla entre alcohol y láudano, me acerqué a la cama y en el yacía una mujer de unos sesenta años, de pómulos salidos, labios gruesos y cabello casi totalmente cano, parecía estar dormida con un vejo de terror en los ojos. Fue entonces cuando me dí cuenta, la madre de José estaba muerta, el muy lastimado y en una especie de choque, que no le dejaba sentir ni dolor ni entender que su madre ya no era de este mundo.

-José, ven para acá, mira a tu madre hijo - le dije con voz suave y tocándole el hombro.

-Sí Doctorsito, se ve remal, pero usted la va a curar ¿a poco no? -

-A ver José, tienes que escucharme, tu mamá murió, al parecer le dio un infarto al corazón y me atrevería a decir que sucedió cuando te caíste, por eso su cara de horror. -

-No Doctor, ¡no puede ser! ¡mi madre es lo único que tengo en el mundo! - gritaba con dolor, como si no entendiera lo que pasaba.

-Mira José, -le dije mientras lo sacaba de la recámara- vamos abajo, que nos hagan un café y me cuentas como estuvo. Te calmas y mañana regreso para darte el certificado y que la puedan enterrar. ¿está bien?
-Está bien doctor - musitó por primera vez sin hacer énfasis en mi título.


Bajamos las escaleras y José me llevó hasta la enorme cocina dónde atizó un poco el fogón para calentar café. No queriendo que el hombre se esforzará le pregunté sobre la servidumbre.
-Ya es tarde doctor, para que levantar a los pobres, yo se lo caliento, si no le molesta.
Asentí con una sonrisa, pero preguntándome que diferencia haría levantar al hombre que apenas nos había recibido, ¿qué tan dormido podía estar?


-A ver, cuéntame, ¿qué pasó después de que te caíste? -

-Pues me quedé ahí desmayado un rato doctor y luego que me desperté corrí a ver a mi madre. La viejita estaba llorando en su cama agarrándose muy fuerte el corazón, así que intente abrazarla, pero ella se levantó muy rápido, corría y gritaba que ese era su castigo por matar a Inocencio. -
-¿Quién es Inocencio? - pregunté desconcertado.

-Era nuestro capataz, se la pasaba proponiéndole matrimonio a mi mamá, desde que mi padre murió doctor. Un día me amenazó y me dijo que se iba a llevar a mi mamá si no le decía donde esta enterrado el dinero que mi padre nos había dejado, - me contaba mientras yo estaba cada vez más desconcertado.
-Pero ¿de qué dinero hablas José?

-Mi papá enterró allá por las caballerizas una ollota de oro, que un día nos dijo le había regalado un señor muy amable, pero me dijo que ese era mucho dinero para nosotros, así que le dio a guardar algo a mi madre y lo demás lo enterró. - asentía con interés, pero sin poder quitarme ese sentimiento de miedo.
-Al día siguiente mi papá se enfermó y murió en la noche. -

-¿Pero por qué no me llamaron? - pregunté ya notablemente asustado.
-Pues creo que usted todavía no estaba aquí doctorsito, usted disculpe, pero no crea que le miento, ahora mismo lo llevo para que saquemos esa olla maldita y acabemos con todo esto. - digo casi gritando con decisión
-Vamos pues José - le dije, aunque en el fondo sólo quería salir de ahí y antes de levantarme miré el reloj... cinco para las doce.


José me guío a través de un pasillo que daba a los corrales, cruzamos un amplio patio y llegamos a las caballerizas. José se desapareció dos segundos y regresó con una pala y un pico. Me dio la pala y con un aire de tristeza y miedo me dijo: -Tome doctor, yo voy a traer un poco de agua para limpiar lo que saquemos y a ordenar las cosas para poder enterrar a mamá. -

-Está bueno, - le respondí con una calma chicha - no te tardes.

El acongojado hombre se perdió en la oscuridad mientras yo excavaba A los pocos minutos me pareció que había topado con algo, me emocioné y cavé más rápido; después de unos veinte minutos estaba sacando la mentada olla, que en efecto estaba llena de monedas doradas. Asombrado, alcancé a percibir un presencia y me incorporé mientras decía: -Listo José, ya lo encontré vámonos rápido - pero apenas había acabado de incorporarme, vi la pálida cara del hombre que me había recibido al llegar, me intentaba tomar del cuello y de pronto me asestó un golpe con la pala que tenía en la mano derecha. No supe más de mí.


Al despertar, pensé que estaría amarrado o medio muerto ahí entre la tierra del patio, probablemente con José a mi lado en las mismas condiciones; pero al incorporarme me dí cuenta de que estaba en mi cama.
-!Ahhhh fue un sueño! - respiré aliviado, pero un horrible dolor de cabeza, rasguños en las manos y una cara muy hinchada me recordaron que no era así. Alcé la mirada y vi a Juana y a su esposo Pedro parados frente a mí.


-¿Cómo se siente patrón? -musitó Pedro preocupado.

-Estoy bien Pedro, muy dolorido, pero bien. ¿Qué pasó? -

-Pues anoche escuchamos que salió corriendo y cuando lo quise alcanzar, me percaté de que se había subido en un carro e iba rumbo al centro. Como se me hizo muy raro, me agarré un caballo tan pronto como pude y lo fui a buscar. Caminé como una hora y no daba ni con usted ni con el carro. Lo del carro me extraño mucho, por que no ha llovido y no hallé ni una huella de las llantas, pero cuando ya me iba a regresar, vi un saco tirado a fuera de la casa abandonada a la vuelta de la catedral. Levanté el saco y me percaté de que era suyo, así que me metí a la casa trepando la reja por que la puerta estaba atascada.
-¿Atascada? pero si yo mismo la abrí sin esfuerzo Pedro ¿de qué hablas? además la casa no está abandonada, de hecho tengo que regresar por que ayer murió ahí una mujer. - Pedro me miró condescendiente y volteó a ver a su esposa. Quien devolvió la mirada y casi llorando asintió y le dijo -Ándale Pedro, cuéntale. -


-Sí, cuéntame Pedro, ¿qué pasó? -

-Ay patrón... - dijo acongojado - cuando me salté la reja lo escuché gritando y todo apestaba reduro a azufre, corrí al patio del que venían sus gritos y lo alcancé a ver como forcejeando con alguien, pero no había nadie. Luego, sólo se desmayó, así que lo cargué y me lo traje. -

-A ver Pedro, ¿cómo que no había nadie? si era un señor alto y flaco, con endemoniada fuerza el canijo, me agarró del cuello y me dio con la pala en la cara. -

-No patrón, yo no vi a nadie.-

-A ver, Pedro, tráeme ropa y ensíllate 2 caballos, vamos a ir para allá, por que ahí se murió alguien y hay un loco que me quiso matar para quedarse con un dinero. Camino de la casa esa, nos pasamos por la comisaria pa llevar gendarmes.-

-Pero patrón... -murmuró Pedro muy acongojado -es que no entiende, cuéntale Juana. -

Juana respiró muy profundo y comenzó: -Mire patrón, en esa casa no hay nadie, ya hace mucho, cuando usted se fue a la ciudad, cerraron todas las entradas por que ahí pasaban cosas muy raras. Siempre han dicho que ahí había dinero y muchos borrachitos lo han querido sacar, pero siempre amanecen muertos. El presidente municipal siempre decía que se morían de borrachos o que en una riña de la calle, pero todos sabemos que ahí está el demonio - dijo con gran seguridad.

-A ver Juana ¡ya estuvo bueno de tarugadas! ahí ni está el demonio ni está abandonado. Al parecer el tipo que mantenía cautivo a José y a su mamá quiso hacer parecer eso. ¡El demonio! ¡hazme el favor! ¡ámonos traete los caballos Pedro! - dije ya muy molesto, mientras me levantaba para alistarme. Eso era algo que odiaba de las pequeñas ciudades, la gente estaba llena de moralinas, costumbres de antaño y leyendas absurdas. Yo les iba a enseñar que lo único maligno en todo esto, era la mente del loco que tenía a José y su madre encerrados. Pasamos por la comisaría y al legar a la casa la puerta estaba atascada, mirándome, uno de los gendarmes preguntó -¿seguro que fue aquí doctor? esto ha estado cerrado desde hace mucho. - Sin dar importancia a su comentario dije: -a ver muchachos, vamos a darle entre todos al mismo tiempo pa tumbarla. - Después de dos o tres intentos lo logramos, tiramos el zaguán y entramos.

-Por acá, - dije señalando la puerta principal de la casa; pero cual sería mi asombro al percatarme de que la puerta estaba cerrada y atrancada con dos maderas y clavos por fuera. Entre tanto, llegó el presidente municipal, a quien Pedro había traído por órdenes mías. Carlos, el presidente era buen amigo mío y acudió sin chistar ni un poco.

-¡Qué pasó mi doctorsito! - dijo mientras me extendía los brazos. Devolví el gesto y de inmediato le conté lo que había pasado, el me conocía y sabía que no solía creer en leyendas absurdas salidas del folclore de la mente campesina. Así que con mucha seriedad y después de interrogar a algunos gendarmes se aproximó y me pregunto : -a ver mi doctorsito, según parece aquí no puede haber nadie, pero ya les dije aquí a los señores, que usted es serio y que si usted dice que algo pasó, entonces pasó. ¿Tienes pruebas de esto?

Le miré con un vejo de enojo mientras buscaba mi reloj para saber hace cuanto tiempo había pasado todo... entonces recordé, -¡el reloj Carlos! dejé ahí sobre la mesa de la cocina el reloj que me regalaste cuando me recibí. - Carlos me miró con extrañeza.

-Bueno muchachos, esto está fácil, abrimos esa casa, si el reloj de mi amigo está dentro, algo paso; si no encontramos nada el nos invita los molotitos, - dijo frotándose el abultado vientre- ¿juega mi doctorsito? - asentí no muy contento, pero sabía que el reloj estaba ahí.

Después de unos 30 minutos trajeron herramienta y empezaron a abrir la casa, al entrar todo estaba en ruina, lo cual me tenía sin habla no entendía nada de lo que había pasado, ¿me habrían dado alguna droga? ¿cómo era posible que no viera ese desorden la noche anterior? Guíe a Carlos y a los gendarmes hacia la cocina y al llegar mi reloj estaba sobre la mesa, intacto, sin una pizca de polvo. Lo recogí, se lo entregué a Carlos y con una mirada de terror asintió y dijo -¡jijo! es el reloj muchachos, vámonos pelándonos de aquí, ya se está haciendo tarde y no vaya a ser que se nos oscurezca aquí adentro. Mañana regresamos y excavamos donde dice el doctor, nos traemos al cura y todo arreglado - dijo con respiración entrecortada y prisa.

-¿Mañana? - inquirí disgustado -¿cómo que mañana Carlos? ahorita se resuelve esto, me siento como baboso. -


Carlos se acercó, me abrazo y me dijo murmurando -mira doctorsito, no seas tarugo, estás jugando con el meritito diablo aquí. Haz me caso, vámonos, te cuento lo que aquí pasó y mañana lo resolvemos -. No me sentía muy cómodo con todo eso, pero asentí y nos fuimos a casa de Carlos. En el camino me contó que ahí había vivido una familia que había perdido todo su dinero hacía ya muchos años, al buen hombre, sólo le había quedado su enorme casa y algunos caballos. Un buen día, así de pronto, volvieron a tener dinero, poco después de que el hombre había muerto misteriosamente. A los pocos meses se encontró muerto al hijo que la madre había empujado por el balcón, para después morir de un infarto y quedar en la cama. El hijo se llamaba José Guadalupe Flores y ya había intentado inculpar a su capataz en una ocasión de acosar a su madre, pero nunca se comprobó nada; así, que todo el mundo creía que el capataz había escapado con el dinero después de obligar a la madre a matar al hijo y de violar y matar de pena a la misma.

La historia me sonaba absurda, tonta e ingenua, pero por desgracia, cada pieza encajaba en lo que había visto anoche. El dolor del golpe en la cara y los forcejeos me había alcanzado al pasar todo el vaivén del día, me sentía terrible y no podía escuchar bien del lado izquierdo. Le pedí a Carlos que me diera alojamiento por esa noche para evitar preocupaciones en Pedro y Juana, por supuesto aceptó. Me llevó a su casa, su amable esposa, Mercedes, me saludo con cariño y me colgó del cuello un escapulario, me llevaron a la recámara de invitados y me quedé dormido como nunca lo había hecho, en tres segundos y con toda profundidad.

A la mañana siguiente, desperté casi a medio día, me bañe y bajé a la cocina, al percatarse de mi presencia, Mercedes ordeno que me sirvieran desayuno, a lo que respondí que estaba bien, debía llegar de inmediato donde Carlos para terminar de resolver el tema.


-Tranquilo doctor, ya no se preocupe, todo está arreglado. Carlos se despertó temprano y se llevó al cura y los gendarmes. -

-¿Para que al cura? - respondí enojado. Cuando escuche a Carlos entrar a la casa.
-Ahorita te vas a enterar - me dijo con una sonrisa burlona, pero bajo un rostro de miedo y asombro. - Resulta que excavamos y encontramos el cuerpo del capataz abrazado a una olla llena de carbón. La olla la devolvimos a su lugar, el cuerpo está ya enterrado y el cura bendijo todo. Parece que finalmente nos ayudaste, aunque con el riesgo de morir, a saber que pasó. La viuda tuvo que ver con el capataz y al parecer ambos planearon matar al esposo luego de que éste encontró el dinero. Eso sí, no me preguntes de donde salió todo ese oro, por que ni quiero saberlo. Luego, la señora se arrepintió y mató de un palazo al capataz y lo enterró en el patio, la pobre acabó enloqueciendo con la segunda muerte y al no poder más debió confundir a su hijo y lo empujó por el balcón. José era un buen hombre doctorsito, tanto como tú, y no habría podido descansar sin que tú nos ayudaras a saber todo. Alégrate y entiende compadre, tu vives en el mundo de LA MATERIA, aquí donde los vivos nos pasamos de vivos, pero en el mundo del Nahual, las cosas son distintas y cuando los dos mundos se juntan... váyase a su casa ándele o si quiere quédese a comer; nomás ya déjese de buscar explicaciones, vio muertos y listo. - Lo escuchaba con estupor me sentía apabullado por tanto en tan poco tiempo. Tenía razón, había cosas que ni toda mi ciencia me podía explicar, pero que un día lograría saber, eso lo sabía bien. -

-Gracias Carlos, nos vemos pronto, mejor me voy a la casa para atender pacientes. Gracias por todo.-

Ese día salí de la casa de mi amigo de la infancia, sabiendo que había un nuevo mundo que había aparecido ante mí, más bien, que siempre estaba ahí pero de cuya existencia aún me había percatado y con esa idea, regresé a mi mundo, al mundo de los pacientes y las medicinas, en donde las cosas siempre tienen explicación.



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Uno de día de muertos by Rodrigo Vásquez is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.

Friday, October 19, 2007

Círculos sin cerrar

Aunque a veces creamos que no hemos cerrado un círculo y que quedará abierto secula seculorum, la vida siempre nos da muchas oportunidades para cerrarlos. De hecho, a veces no entendemos que EL de allá arriba mueve los hilos en forma muy sabia y con frecuencia aprovecha darnos la oportunidad de cerrar algo y nos enseña algo más. Este año me ha enseñado que a veces cargas por años con cosas sin cerrar, que la vida te ofrece varias oportunidades para cerralas y que tomarlas o no es siempre una cuestión de aprendizaje. Siempre que te encuentras en una encrucijada tienes dos caminos que seguir, cualquiera de los dos es bueno y la única diferencia es lo que aprendes en cada uno. Confusio dijo que si puedes solucionar algo lo hagas y que si preocuparte ayuda lo hagas, pero si preocuparte sólo te detiene... bueno, la cosa es simple, no te preocupes. Un gran maestro en mi vida me decía constantemente: "Rodrigo, tienes tanto talento para mover tu cuerpo en un dojo y sin embargo no lo usas por una simple razón, no estás aquí y ahorita. Vives preocupado por como te ven de fuera, por como se ven otras cosas, por como llegar a un punto x, pero jamás te quedas quieto y existes en un punto en el momento en que estás ahí.". Traducción de lo que me decía el buen Sifu: "Estás en todo menos en lo que debes de estar, vivir aquí y ahorita es la clave.". Con frecuencia nos decía: "Escuincles, recuerden lo que decía el maestro Lee: ´Water can be contained but will eventually release itself. Put your sword in the middle of a river and the water will not be cut, it will flow. However, try to stop water when flowing down and even a wall will be eventually be demolished. Therefore, be water my friend, just flow and you will not be stopped. ¡FLUYAN CARAMBA!" En fin, en resumen, el pasado ya se fue, el futuro no ha llegado, lo único que tenemos es el presente. Si algo no se cerró, quedará cerrado y saldado a su debido tiempo, ni antes ni después.

Monday, October 01, 2007

¡Feliz día del traductor!


No, no me metí ninguna droga, sí existe el día del traductor y esto se debe a que el 30 de septiembre es la fiesta de San Jerónimo patrón de los traductores. Les dejo algunos datos acerca de tan ilustre hombre, que según cuentan, vivió atormentado por los placeres de la carne.

Eusebius Hieronymus Sophronius (347-420).- uno de los grandes Padres latinos de la Iglesia, junto a las figuras de S. Agustín de Hipona, de S. Ambrosio de Milán y de S. Gregorio Magno, ha sido considerado como el «príncipe de los traductores» de la Biblia y el exegeta, por excelencia, de los Padres de Occidente. Es muy conocido el cuadro del pintor alemán Durero, en el que aparece la figura ascética de S. Jerónimo, en su retiro de Belén, rodeado de la claridad de una aureola, a sus pies un león que, según la leyenda, había sido curado de una herida por el santo, un rayo de luz que penetra por una estrecha rendija, en un ambiente de recogimiento espiritual y de intensa actividad intelectual..., pero su vida fue mucho más agitada y de lucha que la que parece reflejar el cuadro.

Nacido en la ciudad fortificada de Estridón, en los límites del mundo latino, no lejos de Trieste, entre las provincias romanas de Dalmacia (perteneciente actualmente a Yugoslavia) y de Panonia (Hungría), el año 347 de nuestra era, en el seno de una familia cristiana. Después de haber aprendido a leer, a escribir y a contar, en su ciudad natal, fue enviado a Roma por sus padres, para proseguir los estudios y adquirir una formación superior que le pudiese facilitar el acceso a alguna carrera civil. Allí tuvo como Profesor al célebre gramático Donato.

De su primera estancia romana le vino a Eusebius Hieronymus —tal era su nombre completo— su afición y conocimientos de los grandes autores latinos (Virgilio, Horacio, Quintiliano, Séneca, entre otros, y los historiadores), pero su verdadero maestro y modelo fue Cicerón, cuyo estilo elocuente y cincelado imitó. Esta afición suya a los autores paganos, le mereció una severa reprensión y un duro castigo del Cielo, durante un sueño, cuando posteriormente, se retiró al desierto de Calcis (al sur de Alepo, ciudad siria), durante los años 375-377. En una célebre carta del propio San Jerónimo, dirigida a su hija espiritual, Eustoquio, sobre la virginidad, escrita en Roma, entre los años 383/384, descubrió este sueño. No dejó por ello de seguir citando a los autores paganos clásicos en sus escritos posteriores, cosa que le recordará posteriormente Rufino de Aquileya, en el ardor de la polémica que mantuvieron ambos.

Jerónimo, durante su estancia en Roma (años 359-367), llevó una vida frívola y disipada 2, que posteriormente, le produjo turbaciones de conciencia y tentaciones que él combatió con ásperas penitencias y con su entrega al estudio de la Sagrada Escritura. En ésta su primera estancia en Roma, recibió el Sacramento del Bautismo, junto con su compañero de estudios, Bonoso.

Posteriormente marchó a la ciudad Imperial de Tréveris, en la Galia (ahora pertenece a la República Federal de Alemania), hacia el año 367.

En esta época, experimentó una primera conversión: empezó a interesarse por los escritos de Teología. Dedicó sus ratos libres a copiar obras de Hilario de Poltiers (367); e intensificó su vida de piedad.


Volvió, hacia el año 370, a su patria, en compañía de Bonoso. Pero no se encontraba a gusto allí En Aquilea, en torno a su Obispo Valeriano, con sus antiguos compañeros,—además de Bonoso—Rufino, Cromacio y Heliodoro, formaron una especie de cenáculo de ascetas que imitaban a los eremitas de Oriente, contaban historias edificantes y conversaban sobre la Sagrada Escritura.


Aquellas convivencias desembocaron en controversias, a causa, sobre todo, del carácter polémico de Jerónimo, y acabaron disolviéndose.
Luego, acompañado de Rufino, su entrañable amigo de entonces, y luego, a consecuencia de la controversia origenista, su enemigo de última hora, hace su primer viaje a Oriente. Acompañaron en su primer viaje a Evagrio de Antioquía, traductor de San Atanasio, que volvía a su patria. Hacia el otoño del año 374, llegó a Antioquía de Siria. Aquí recibió clases de Sagrada Escritura de Apolinar de Laodicea (390) 3.

Hacia el año 375, abandonó Antioquía y se internó en el desierto de Calcis—del que ya hemos hablado—a quince leguas al sudeste de aquella ciudad. Aquí, se dedicó seriamente al estudio del hebreo, bajo el magisterio de un judío converso.


Las discusiones teológicas entre los monjes, le forzaron a regresar a Antioquía (377). Allí fue ordenado de presbitero por Paulino, Obispo de Antioquía. Poco después, hacia el año 382, después de la celebración del II Concilio Ecuménico (I de Constantinopla, año 381), Paulino, junto con Jerónimo, se dirigió a Roma. Había asistido como observador a los debates del Concilio; y allí conoció a Gregorio Nacianceno, a quien llamó su «maestro», que le abrió la inteligencia de la Sagrada Escritura. También pudo conocer a Gregorio de Nysa, a Anfiloquio de Icona y a otros Padres Conciliares.


Pero él no se preocupó—de momento—de las discusiones estrictamente teológicas de la Iglesia Oriental. Su proyecto era instruirse en la interpretación correcta de la Sagrada Escritura, para hacer avanzar la teología, y, con esa finalidad, alcanzar un sólo conocimiento de exégesis bíblica y de los idiomas originales en los que fue escrito el texto sagrado. Él, como lo diría hacia el fin de su vida, quería consagrarse plenamente a explicar la Escritura y hacer conocer a los que hablaban su lengua (el latín) la ciencia de los hebreos y de los griegos.


Durante su nueva estancia en Roma, ganó la confianza del Papa San Dámaso, que le hizo su Secretario. Aquí empezó su labor de corrector y traductor al latín de la Sagrada Escritura.


En ese siglo, había ya muchas diferencias entre los diferentes códices latinos de los Evangelios, y muchos de ellos, por la tendencia a la armonización de un Evangelio con otro, muy alterados en su sentido original.


Por este motivo, al Papa le encargó a San Jerónimo que hiciese una revisión de la traducción Latina de los Evangelios. Así comenzó la versión Latina de la Biblia que se ha llamado, posteriormente, la «Vulgata»4.


En esta estancia romana, San Jerónimo, hizo de guía espiritual de un grupo de mujeres piadosas, de la aristocracia romana, entre ellas las viudas Marcela y Paula (ésta, madre de la joven Eustoquio a quien Jerónimo dirigió una de sus más famosas cartas, sobre el tema de la virginidad). Las inició en el estudio y meditación de la Sagrada Escritura y las dirigió por los caminos de la perfección evangélica, en los ayunos, en los cánticos de los Salmos, en las obras de caridad, en el abandono de las vanidades del mundo.


El centro de este movimiento de espiritualidad femenina se hallaba en un palacio del Aventino, en donde residía Marcela con su hija Asella. El santo doctor llevó a este círculo de mujeres romanas las prácticas ascéticas de los monjes de Oriente. Les dirigió cartas de doctrina espiritual que fueron publicadas.


En diciembre del 384, después de la muerte del Papa San Dámaso fue elegido Papa Siricio; el ambiente, en la Curia romana, se le vuelve hostil y esta nueva situación facilitó su nuevo apartamiento de Roma, de donde volvió a salir algo amargado e irritado, para no volver allí hasta después de su fallecimiento.